Por Manuel del Valle
Desde las elecciones del 3 de noviembre el sistema político de Estados Unidos estuvo en vilo hasta que el 14 de diciembre, 40 días después, el Colegio Electoral emitió su voto, oficializando la derrota de Donald Trump. Por momentos el mundo vio atónito cómo esa sólida democracia se derrumbaba ante la aparición de un hombre que estaba dispuesto a ignorar y destruir los principios éticos del sistema político estadounidense. Los latinoamericanos reconocemos estos personajes al instante.
Desde sus inicios el sistema electoral estadounidense se ha basado en el concepto de la concesión. Una vez que los resultados electorales han sido publicados por la Related Press –que es una entidad privada reconocida– el candidato perdedor concede la victoria al ganador, a veces el mismo día de las elecciones. Todo esto se realiza en el ámbito extraoficial, sin que medie ningún proceso authorized ni constitucional.
Una vez que el perdedor ha reconocido la derrota, se pone en marcha un proceso complicado que en última instancia da como resultado la inauguración del nuevo presidente. Solo un pequeño porcentaje de estadounidenses conoce el detalle de estos procesos, pues suceden detrás de los reflectores. No es necesario supervisarlos pues obedecen a un aburrido marco burocrático que es altamente predecible. La concesión del derrotado le da una marcada orientación al proceso.
Todo esto cambió en las últimas elecciones. Solo bastó que un sociópata como Donald Trump –pues así lo denomina David Brooks del New York Occasions– se negara a aceptar la derrota, para generar el cuestionamiento de cada uno de los procesos que hasta entonces sucedían discretamente. Se puso al desnudo un sistema electoral vetusto y anacrónico que urgentemente necesita una reforma.
Donald Trump sale mal parado, aunque en este momento todavía goza del management del partido republicano. Se lleva el gran estigma de ser un “one time period president”. Es decir, que su desempeño fue tan malo que fue despedido a la mitad de su gobierno y no se le “renovó el contrato” como a la mayoría de presidentes. Su incapacidad de conceder la derrota reveló además aspectos de su personalidad que son indeseables en alguien que maneja las riendas de un país tan importante. Su reticencia hace aún más humillante su derrota.
El sistema electoral estadounidense sale con un ojo morado y varios hematomas. Sin embargo, sale victorioso y orgulloso de haber puesto a prueba los muros de contención que, a pesar de ser muy antiguos, evitaron que un dictador se instale a la fuerza. Los muros funcionaron, pero a cambio de un deterioro de imagen que el país gozaba por ser una democracia eficiente y con cambios pacíficos del poder.
El politólogo Fukuyama concluye que, en el contexto de la pandemia, los Gobiernos están siendo evaluados según puedan ser capaces de controlarla, sin importar el sistema político que esté operando. En ese sentido, el sistema democrático estadounidense viene fracasando rotundamente, al punto de venir generando el desprecio de regímenes autocráticos que han podido controlar la pandemia.
Todavía es tiempo de que la nueva administración de Joseph Biden oriente el poderío estadounidense hacia la neutralización de la pandemia, y que el país se reafirme como un sistema abierto y democrático, que a la vez puede combatir el problema sanitario mundial que nos azota. (O)