El 25 de diciembre, inimaginable júbilo de exaltación divina al ver nacer el fruto de la gloria del Padre, que encarnado en María purísima es donado para la limpieza de nuestras almas y transformación de nuestros corazones.
¡Ha nacido un Rey! Un Rey al que los reyes de la tierra ven y se ponen en pie, a quien los príncipes se inclinaran (Isaías 49,1-16); la magnífica bienaventuranza del nacimiento de Jesús, el Unigénito, el predilecto del Señor de los cielos, de aquel en cuyo rostro y alma se satisface y recrea el diseñador y constructor del universo, aquel en quien el Padre se enaltece; se ha dignado nacer entre los hombres, para liberarnos, para ser ejemplo de amor…, el todo inmaculado que en inocente presencia es luz entre nosotros, Redentor que es la delicia del Padre glorioso y que por su bondad infinita fue entregado cual Cordero al sacrificio, para expiar los pecados de la humanidad. ¡Ha nacido un Rey!, un prodigio de Niño, que es la esperanza de los pueblos y naciones de la tierra, un Niño que llena de gozo los corazones de los hombres mansos y de buena voluntad.
El Niñito Jesús, que es pura ternura, pura inocencia, puro amor y todo alegría, nos llama al reencuentro fraterno, a la entrega y al perdón, al arrepentimiento y a la paz, a la trasformación; al nacer de nuevo, a la reconciliación, al sacrificio, a la oración, a la alabanza al Padre, para caminar con Él, para que seamos dócil rebaño que Él pueda pastorear. Dios está con nosotros, el Emanuel; démosle un sentido pragmático en nuestras vidas, no pongamos en su tierno rostro pucheros de descontentos, desagradecimiento, no ofendamos su infantil mirada con actos que nos envilecen. Hagamos que su inocencia permanezca incorruptible y no escandalicemos su magnificencia.
La Natividad del Hijo de Dios es para que Jesús nazca en nuestros corazones y se apodere del timón de nuestras vidas, orientados con su palabra. (O)
Crisanto Gregorio León, abogado, Zulia, Venezuela