A diferencia de años anteriores, en 2020 no hubo mayor discusión en torno al personaje de estos doce meses. Fue, así mismo, la primera vez que la ordinary discusión pareció estar ya zanjada en el primer semestre. Ya para entonces, el planeta transitaba por caminos inéditos y abrumadores. Y debutó también en un sitial por lo basic ocupado por personas –a veces también por colectividades o fenómenos sociales– un virus: el SARS-CoV-2, que dio pie a la pandemia que hoy todavía tiene en ascuas al mundo entero.
Mucho se ha dicho ya sobre el impacto del covid-19 en la vida del planeta. De ello dio cuenta el especial de este diario publicado el domingo pasado, un trabajo periodístico que se suma a un amplio repertorio de análisis y opiniones que por estos días se producen, en un esfuerzo por digerir y dimensionar un hecho que es, ante todo, un parteaguas de la historia.
Tal vez en este contexto valga la pena rescatar dos miradas. La de la pandemia como radiografía y también como bisagra.
El frenón en seco que supusieron la llegada masiva del virus a buena parte de los países y las subsiguientes medidas de confinamiento permitió que por causa de la fuerza de las circunstancias afloraran miradas críticas hacia todo lo que compone la cotidianidad en las sociedades contemporáneas. Todo fue objeto de análisis y severos cuestionamientos: las relaciones, los modos de producción, la organización laboral, el consumo y, lo más importante, el sentido mismo de la existencia pasaron a examen en el fuero interno de millones de personas.
Por lo menos debería haber consenso sobre todo aquello que no puede seguir igual. Así, de paso, este año tan duro tendrá algo de sentido.
De repente, el encierro común fue también un laboratorio colectivo en el cual se fue revelando una radiografía de la civilización, sobre todo la occidental, la más golpeada por la pandemia. Valoraciones aparte, millones adquirieron una mirada nueva en relación con la manera como hasta el momento se había desarrollado su existencia. Reiteramos, a todo nivel. Un hecho que, así como les dio bríos a fuerzas renovadoras, también hizo lo propio con las más conservadoras. Mientras unos han visto en esta dura vivencia una oportunidad de darle a la humanidad un nuevo rumbo que se aleje de peligros existenciales como la disaster climática, otros esperan ansiosos que tras la vacunación masiva todo vuelva a ser como antes.
Pero, independiente del rumbo que tome nuestra especie, que puede ser promisorio (más sostenibilidad, mayor conciencia del impacto de las actividades humanas en otras especies, un consumo menos voraz) o apocalíptico (más desigualdad, más pobreza, más daño ambiental), esta pandemia ya marcó un antes y un después. Por eso puede verse también como una bisagra. Incluso si todo vuelve a ser más o menos como antes, lo será con la sombra de lo que pasó en estos meses. Y de lo que falta por suceder.
El caso es que la interpretación de lo que queda atrás todavía es materia de discusión. Y lo será por décadas. Un buen reto inicial es que en la lectura que se le haga a la radiografía de las entrañas de la civilización occidental que esta pandemia nos ha dado se pueda llegar a acuerdos mínimos sobre lo que definitivamente no puede seguir igual. Y así, de paso, darle cierto sentido a un año tan duro.
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