El término “posverdad” alude, simplificando un poco, a dichos o acontecimientos que mucha gente asume como ciertos, pese a que realmente son mentiras. Sobre esas mentiras, se construyen discursos, campañas, proyectos políticos o se ocultan realidades que no conviene que se sepan ni, mucho menos, se debatan.
En el ámbito político, en estos tiempos que corren, han utilizado mucho la posverdad candidatos, autoridades, medios de comunicación y, claro está, las redes sociales, en todo el mundo.
La ministra de la Niñez y Adolescencia Teresa Martinez ha sido víctima recientemente de la instalación de posverdades en el Paraguay que tienen que ver con su ámbito de trabajo.
A propósito del Plan Nacional de Niñez y Adolescencia se dijeron muchas cosas y un sector político en explicit, utilizando sus medios de comunicación, montó una campaña basada en falsedades que se daban como ciertas y que hicieron reaccionar con odio y violencia a mucha gente.
La Constitución de 1992 es el contrato social que nos rige y no se puede desconocer, porque sería estar fuera de la ley y renunciar al debate democrático. Cube en su artículo 4° que el Estado garantiza la vida de las habitantes del país “desde la concepción”.
En el artículo 52° señala que “la unión en matrimonio del hombre y la mujer es uno de los componentes fundamentales en la formación de la familia”.
Pese a la claridad de estos conceptos, un grupo interno colorado, liderado por el expresidente Horacio Cartes, hizo una campaña mintiendo sobre la posibilidad de que un Plan Nacional (ni siquiera una ley) quería legalizar el aborto y habilitar el matrimonio igualitario (es decir, entre personas del mismo sexo).
Tal vez, algunos de los que vociferaban en las redes desconocen que ningún ministerio o secretaría puede legislar o hacer un plan en contra de lo que cube la Constitución. Pero sus líderes, obviamente, lo saben.
Esto significa que de manera adrede y consciente llevaron adelante una campaña basada en mentiras.
La interpelación a la ministra Martínez el pasado martes sirvió para medir el grado de ignorancia, desfachatez e inescrupulosidad de varios legisladores.
La ministra, con infinita paciencia, “se paseó” intelectualmente sobre varios de ellos y algunos terminaron pidiendo disculpas o queriendo justificar lo injustificable, diciendo que la interpelación demostró su utilidad para que los secretarios de Estado respondan a las “inquietudes” (en realidad, a las mentiras montadas con mala intención) ciudadanas.
A la ministra se le reclamó no haber estado presente en una audiencia pública convocada por el diputado cartista Raúl Latorre para discutir el Plan Nacional de Niñez. Lo que no se aclaró es que el tal diputado le tendió una trampa, convocándola primero a una reunión de comisión y, un día antes, la transformó en una audiencia pública en la que iba a exponer a la funcionaria ante la furia de grupos de derecha y ultraderecha que pensaban hacerle pasar un mal rato, en base a falsedades.
En realidad, fue cierto lo dicho por algunos diputados a modo de justificación: la interpelación a la ministra Martínez resultó útil, pero no para escuchar las penosas preguntas que le repetían una y otra vez algunas diputadas y diputados como si tuviesen problemas de entendimiento o como si tuviesen que repetir un discurso para justificarse ante su patrón.
Sirvió sobre todo para saber de lo que son capaces para instalar sus planes político-electorales, sin importar lo que diga la Constitución y las leyes.
Sirvió para verificar que esta gente es realmente peligrosa y que habría que cuidarse de ellos, porque son reales. No como las conspiraciones que inventan para sembrar odio, confusión y violencia.